El fileteado es un estilo artístico de pintar y dibujar típicamente porteño, que se caracteriza por líneas que se convierten en espirales, colores fuertes, el uso recurrente de la simetría, efectos tridimensionales mediante sombras y perspectivas, y un uso sobrecargado de la superficie. Su repertorio decorativo incluye
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principalmente estilizaciones de hojas, animales, cornucopias, flores, banderines, y piedras preciosas. Nació en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, hacia fines del siglo XIX como un sencillo ornamento para embellecer carros de tracción animal que transportaban alimentos y con el tiempo se transformó en un arte pictórico propio de esa ciudad, hasta tal punto que pasó a convertirse en el emblema iconográfico que mejor representa a la ciudad. Generalmente se incluyen dentro de la obra, frases ingeniosas, refranes poéticos o aforismos chistosos, emocionales o filosóficos, escritos a veces en lunfardo, y con letras ornamentadas, generalmente góticas o cursivas. Muchos de sus iniciadores formaban parte de las familias de inmigrantes europeos, trayendo consigo algunos elementos artísticos que se combinaron con los del acervo criollo, creando un estilo típicamente argentino. En 1970 se organiza la primera exposición del filete, acontecimiento a partir del cual se dio al fileteado una mayor importancia, reconociéndolo como un arte de la ciudad y promoviendo su extensión a todo tipo de superficies y objetos. Si Discépolo dijo que el tango es un pensamiento triste que se baila; el filete es un pensamiento alegre que se pinta. Ricardo Gómez, fileteador.El inicio del fileteado se origina en los carros grises, tirados por caballos, que transportaban alimentos como leche, fruta, verdura o pan, a finales del siglo XIX. Una anécdota, relatada por el fileteador Enrique Brunetti,2 cuenta que en la Avenida Paseo Colón, que en aquel entonces era límite entre la ciudad y su puerto, existía un taller de carrocerías en el que trabajaban colaborando en tareas menores dos niños humildes de origen italiano que se convertirían en destacados fileteadores: Vicente Brunetti (quien sería el padre del mencionado Enrique) y Cecilio Pascarella, de diez y trece años de edad respectivamente. Un día el dueño les pidió que dieran una mano de pintura a un carro, que en aquel entonces estaban pintados en su totalidad de gris. Tal vez por travesura o solo por experimentar, el hecho es que pintaron los chanfles del carro de colorado, y esta idea gustó a su dueño. Más aún, a partir de ese día otros clientes quisieron pintar los chanfles de sus carros con colores, por lo que otras empresas de carrocería imitaron la idea. Así, según lo manifestado por Enrique, se habría iniciado el decorado de los carros; el siguiente paso fue colorear los recuadros de los mismos empleando filetes de distintos grosores. La siguiente innovación fue incluir carteles en los que figuraban el nombre del propietario, su dirección y la especialidad que transportaba. Esta tarea era en principio realizada por letristas franceses que en Buenos Aires se dedicaban a pintar letreros para los comercios. Como a veces la demora por la inclusión de esas letras era grande, el dueño del taller de Paseo Colón le encargó a Brunetti y Pascarella, que habían visto como hacían la tarea los franceses, que realizaran ellos las letras, destacándose Pascarella en la tarea de hacer los denominados firuletes que ornamentaban los carteles y que se convertirían en característicos del fileteado. Al pintor que decoraba los carros se lo llamaba fileteador, pues realizaba el trabajo con pinceles de pelo largo o pinceles para filetear. Esta es una palabra derivada del latín filum, que significa hilo o borde de una moldura, refiriéndose en arte a una línea fina que sirve de ornamento. Por tratarse de una tarea que se realizaba al finalizar el arreglo del carro e inmediatamente antes de cobrar el pago del cliente, que estaba ansioso por recuperar su herramienta de trabajo, el fileteado debía realizarse con rapidez. Modelo Ford 31 doble A fileteado como antaño. Colectivo del año 1947. Surgieron entonces especialistas habilidosos como Ernesto Magiori y Pepe Aguado, o artistas como Miguel Venturo, hijo de Salvador Venturo. Este último, había sido un Capitán de la Marina Mercante de Italia que al jubilarse se estableció en Buenos Aires, donde se dedicó al fileteado, incorporándole motivos e ideas de su patria. Miguel estudió pintura y mejoró la técnica de su padre, siendo considerado por muchos fileteadores como el pintor que dio forma al filete. A él se le debe la introducción de pájaros, flores, diamantes y dragones en los motivos y el diseño de las letras en las puertas de los camiones: ante el pago de impuestos si los carteles eran demasiado grandes, Miguel ideó el hacerlos más pequeños pero decorados con motivos simétricos, formando flores y dragones, para que fueran más llamativos, diseño que se mantuvo por mucho tiempo. La aparición del automóvil provocó el cierre de las carrocerías instaladas fuera de las ciudades, por lo que los carros y sulkies de los campos, y las estancias debieron ser llevados a las ciudades para ser reparados de los daños ocasionales. Al hacerlo, también se los ornamentaba con el fileteado y, así, el filete pasó de lo urbano a lo rural, pasando a ser común ver carros campestres pintados de verde y negro con filetes verde amarillentos. Pablo Crotti fue un experto en la herrería y fabricación de carruajes. Su carrocería ubicada en las cercanías del barrio porteño de Floresta, fue de las más famosas en su tiempo. El camión eliminó de la escena al carruaje de transporte alimenticio y los primitivos fileteados de estos se perdieron por siempre, pues nadie se tomó la molestia de conservar alguna muestra para la posteridad. Por otra parte, el camión presentaba todo un reto para el fileteador por ser mucho más grande y estar lleno de recovecos. En las empresas de carrocerías trabajaban carpinteros, herreros, pintores de lizo y fileteadores. Se hallaban fundamentalmente en los barrios de Lanús, Barracas y Pompeya. El camión llegaba con su chasis y cabina de fábrica, y se le fabricaba la caja, que podía ser de madera dura de lapacho o de pino, bien pulida para hacer creer que era buena, pero que en realidad duraba mucho menos. Luego, el herrero forjaba los hierros creando ornamentos. Fileteado en una unidad moderna El trabajo del fileteador llegaba al final y pintaba sobre andamios. Solía decorar los paneles laterales de madera (tablones) con flores y dragones, mientras que la tabla principal se ornamentaba con algún tema propuesto por el dueño. El fileteador firmaba en el tablón o junto al nombre de la carrocería. Cuando el colectivo porteño comenzó a dejar de tener el tamaño de un auto para pasar a ser una especie de camión modificado para transportar gente, comenzó a ser fileteado. La superficie a pintar carecía de divisiones como los de la caja del camión, era metálica y el filete a pintarse era más elemental, sin figuras. Se usaba mucho, en cambio, la línea arabesca y los frisos, en forma horizontal y dando la vuelta a la carrocería del colectivo. El nombre de la empresa se escribía en letras góticas y el número de la unidad solía diseñarse de manera que se relacionara con el número de la quiniela. El colectivero, es decir, el conductor del vehículo, no quería que este se pareciera a un camión de verdulería, por lo que las flores estaban "prohibidas". En el interior del colectivo se fileteaba ocasionalmente la parte trasera del asiento del conductor.
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