Un par de zapatos con olor a podrido: juicio artístico
Animados por el impacto de la obra Autorretrato sobre mi muerte, que ganó el Premio Petrobras, dotado con 50.000 pesos, fuimos directamente a la feria a consultar al público. Respuestas profundas, divertidas y muy útiles para resignificar a una obra que despertó fuertes opiniones cruzadas.
POR Andrés Hax- ahax@clarin.com
A veces las mejores explicaciones de una obra de arte complicada y controversial no vienen de los artistas mismos ni de los teóricos, sino del público. Con esta hipótesis visitamos a ArteBA en su último día para intentar comprender mejor la obra ganadora de la octava edición del Premio Petrobras de Artes Visuales —Autorretrato sobre mi muerte— del rosarino Carlos Herrera.
Si nos limitamos a describir sus contenidos meramente, la obra de Herrera no presenta ninguna complejidad: un par de zapatos viejos metidos en una bolsa de plástico común y corriente, semitransparente, junto con una remera; todo esto tirado al piso e iluminado por un foco de luz. Hay un último detalle, la esencia de la obra. Cada zapato contiene un calamar que, por supuesto, se ha ido pudriendo durante los cinco días de la exposición. Cada día el olor es más intenso y su radio más amplio. Hoy se olía Autorretrato sobre mi muerte a unos veinte metros de la pequeña obra.
Entonces, tenemos objetos cotidianos tirados al piso; olor a calamar podrido; y un título rimbombante y autoreferencial que nos obliga hacer una lectura intelectual de este ensamblaje duchampesco. Hay un dato más y no es menor. Herrera recibió un subsidio de 12.000 pesos para construir la obra (junto con los otros seis finalistas del certamen) y un premio de 50.000 pesos argentinos por haber ganado.
En una entrevista con Clarín, Herrera insistió que el dinero era lo menos importante. Es más, a la pregunta “¿Qué vas a hacer con el dinero?” respondió que esta era una pregunta primitiva.
Francamente, nos ha dejado sin palabras. Entonces decidímos entregamos al público para que ellos explicaran la obra.
La descripción más poética de Autorretrato de mi muerte vino de un artista barbudo mayor de edad que pinta paisajes y barcos en caminito para ganarse la vida. El dijo, gesticulando con entusiasmo: “Las obras de arte todas se limitan en el espacio. ¡Pero esta es maravillosa por que cada día se va expandiendo! ¡Ocupando más y más espacio!”
El mismo señor agregó: “Nadie puede decir definitivamente lo que es el arte. Y el arte va cambiando y actualizándose continuamente y todos los días, como la ciencia o la tecnología.”
El novelista Alan Pauls, que estuvo de paso en la Feria, coincidió que el valor económico del premio era lo menos: “No importa que le den 50.000 pesos, o un peso o 100.000 dólares. ¿Quién puede decir qué valor tiene el arte?”
Un dato que compartió Mercedes Pérez Bergliaffa, la cronista de Ñ que ha estado cubriendo la feria. Pasando por un supermercado cerca de su casa vio en un umbral un par de zapatos viejos envueltos en una bolsa de plástico blanco, semitransparente. Anonadada le preguntó al dueño del supermercado qué significaba eso. Resulta que es la forma en la cual los linyeras del barrio reservan su lugar para dormir de la noche.
Si nos limitamos a describir sus contenidos meramente, la obra de Herrera no presenta ninguna complejidad: un par de zapatos viejos metidos en una bolsa de plástico común y corriente, semitransparente, junto con una remera; todo esto tirado al piso e iluminado por un foco de luz. Hay un último detalle, la esencia de la obra. Cada zapato contiene un calamar que, por supuesto, se ha ido pudriendo durante los cinco días de la exposición. Cada día el olor es más intenso y su radio más amplio. Hoy se olía Autorretrato sobre mi muerte a unos veinte metros de la pequeña obra.
Entonces, tenemos objetos cotidianos tirados al piso; olor a calamar podrido; y un título rimbombante y autoreferencial que nos obliga hacer una lectura intelectual de este ensamblaje duchampesco. Hay un dato más y no es menor. Herrera recibió un subsidio de 12.000 pesos para construir la obra (junto con los otros seis finalistas del certamen) y un premio de 50.000 pesos argentinos por haber ganado.
En una entrevista con Clarín, Herrera insistió que el dinero era lo menos importante. Es más, a la pregunta “¿Qué vas a hacer con el dinero?” respondió que esta era una pregunta primitiva.
Francamente, nos ha dejado sin palabras. Entonces decidímos entregamos al público para que ellos explicaran la obra.
La descripción más poética de Autorretrato de mi muerte vino de un artista barbudo mayor de edad que pinta paisajes y barcos en caminito para ganarse la vida. El dijo, gesticulando con entusiasmo: “Las obras de arte todas se limitan en el espacio. ¡Pero esta es maravillosa por que cada día se va expandiendo! ¡Ocupando más y más espacio!”
El mismo señor agregó: “Nadie puede decir definitivamente lo que es el arte. Y el arte va cambiando y actualizándose continuamente y todos los días, como la ciencia o la tecnología.”
El novelista Alan Pauls, que estuvo de paso en la Feria, coincidió que el valor económico del premio era lo menos: “No importa que le den 50.000 pesos, o un peso o 100.000 dólares. ¿Quién puede decir qué valor tiene el arte?”
Un dato que compartió Mercedes Pérez Bergliaffa, la cronista de Ñ que ha estado cubriendo la feria. Pasando por un supermercado cerca de su casa vio en un umbral un par de zapatos viejos envueltos en una bolsa de plástico blanco, semitransparente. Anonadada le preguntó al dueño del supermercado qué significaba eso. Resulta que es la forma en la cual los linyeras del barrio reservan su lugar para dormir de la noche.