El origen de un clásico
En este perfil del dibujante de “El Eternauta”, Francisco Solano López, la autora recorre la formación y los primeros pasos del artista que marcaría definitivamente a la historieta argentina.
POR Leila Guerriero
Hola. Soy Solano.
El departamento donde vive Francisco Solano López es pequeño, prestado, precario, suficiente: dos cuartos sin mucha luz en el Abasto. Sobre una silla, frente al sillón que fue de su padre, están los dibujos, bocetos y originales de la nueva saga de una historieta que ya es un clásico de la literatura: El Eternauta, guionada por Héctor Germán Oesterheld y dibujada por él, publicada en la revista Hora Cero Semanal entre 1957 y 1959. La primera página es la viva expresión del Solano más puro: grandes cuadros apaisados, fondo negro, nevada brillante, un hombre se acerca hasta que sus ojos –detrás de la máscara del traje protector– ocupan todo el cuadro. La siguiente imagen es la de una chica rubia, muchas curvas, camisón transparente, que despierta sobresaltada de su pesadilla habitual. “Otra vez ese hombre, esos ojos”, piensa. Es Martita, la hija de Juan Salvo, veinte años después. La historia, llamada “El regreso”, se publica desde 2001 en editorial Eura, en Italia. En la Argentina todavía no tiene editor.
Francisco Solano López es descendiente directo del Francisco Solano López que fue presidente de Paraguay entre 1862 y 1869 y le gusta recordarlo. Cada media hora, se despacha con una enumeración de hechos históricos, un repaso minucioso por el árbol genealógico familiar, el recuento de los mejores desmanes del gobierno argentino de las últimas cuatro décadas. Es capaz de hablar de la guerra de la Triple Alianza como si hubiera sucedido ayer. O mejor: como si todavía estuviera sucediendo. Su familia vivió entre Paraguay y la Argentina por motivos políticos, hasta que recalaron en Buenos Aires. Su padre, Carlos Antonio López Blomberg, se casó con Carmen Fontaine, y de la unión nacieron Solano (moreno y morocho) y una hija mujer (celeste y rubia) (...).
A los ocho vivió la sensación de ser el último de su especie: varón único en una casa de mujeres donde había una abuela docente, una madre empleada municipal, una hermana, dos tías y, sobre todo, varias primas y una mulatita.
–Mis dos primas me gustaban mucho. Y esta mulatita era nieta de la niñera que mi abuela había traído de Paraguay, para mi padre y mi tía. Tenían todas diez años más que yo. No me llevaban el apunte, pero me alimentaron el imaginario. Cuando se murió mi padre, yo me sentí como el enemigo: acorralado, y tuve que aprender a resistir. Uno de los ejercicios de resistencia para adquirir una propia identidad debe haber sido eso.
–¿Eso?
–Eso de querer entrar en el Liceo Militar.
Cuando su padre vivía, los mundos que a Solano le gustaban eran aquellos habitados por tigres furiosos y malayos malísimos y amigos hasta la muerte, y su padre hacía que fueran mundos posibles.
Lo llevaba al zoológico a ver los tigres, al cine a ver Tarzán y lo dejaba hurgar en la biblioteca durante horas hasta que se hartaba de tanto libro sobre la Segunda Guerra. De cada una de esas incursiones, Solano salía glorioso y dibujaba –tigres, tarzanes, soldados– durante semanas. A los 12, sin dibujar y con cuatro años de padre muerto, abrió un folleto del Liceo Militar y vio esto: chicos de uniformes prolijos mirando al frente como si hubiera futuro. Pero vio, sobre todo, un mundo sin puntillas (...).
En 1955, Solano estaba trabajando en la revista Rayo Rojo, dibujando historietas de guerra como Uma Uma, con guiones de Oesterheld. En 1957 tenía 27 años y ya era, para siempre, el dibujante de El Eternauta.
Sobre la cama que hace las veces de sillón, Solano habla de Oesterheld, guionista de historietas como Mort Cinder, Sargento Kirk, Ernie Pike y Bull Rockett y dueño de la editorial Frontera en la que se editaban las revistas mensuales Frontera y Hora Cero. En 1957, Oesterheld sumó una publicación –Hora Cero Semanal– para la que ideó una historieta y le pidió a Solano que la dibujara. La historieta fue El eternauta, la historia de Juan Salvo, un pequeño industrial que vive en un chalé de Vicente López con su mujer y su hija y ve transformarse una partida de truco con amigos en una lucha agónica para sobrevivir a una invasión. La historieta marcó a generaciones pero Solano jura que, durante muchísimos años, no sospechó la dimensión de lo que habían creado.
Solano y Oesterheld no fueron grandes amigos. El asunto era más bien así: Oesterheld contaba la historia, Solano se maravillaba porque, después de todo, estaba cumpliendo el sueño de su vida: dibujando un clásico en pantalla grande.
Hasta que un día de septiembre de 1959, Hora Cero publicó el último capítulo de la historieta. La revista anticipó el final con el siguiente texto: “Sí, amigo lector. En el próximo número termina la más sensacional de las historietas publicadas en la Argentina y, tal vez, en el mundo entero. No se lo pierda. Reserve su ejemplar con tiempo”.
Al cerrar Frontera, muchos perdieron algo tan grave como el trabajo: los originales. Solano no tiene una sola plancha de lo que dibujó durante tres o cuatro años para la editorial. En 1976 un editor llamado Alfredo Scutti pensó que el material de Frontera podía venderse en Italia. Le compró los originales a aquel imprentero y fundó Ediciones Record.
A El Eternauta le dio tratamiento especial. En vez de publicarlo en cuotas, lo hizo en un solo tomo apaisado, de tapas duras. La publicación fue un éxito y Scutti empezó a relamerse con la idea de hacer una segunda parte. En pleno hervidero militar, Solano y Oesterheld se pusieron, a pedido de Scutti, a revolver el mito del héroe. (...)
Solano no tiene uno solo de los originales del primer Eternauta: de editorial Frontera pasaron a manos del imprentero, después a manos de Alfredo Scutti, y de allí a la editorial italiana Lancio, que publicó la historieta en los 70. Hace meses supo, al fin, quién es el dueño de los originales.
Desde mediados de los años 80, y por idea de Ricardo Barreiro, que un día lo alentó a dibujar en El Instituto a una mujer desnuda, descubrió cuánto le gustaba eso de hacer chicas sin ropa. Desde entonces, nunca dejó de publicar historietas que él llama eróticas, pero que son porno brutal.
–Cuando vivía en Brasil, las chicas que andan por la playa son todas tan lindas que eso me sugirió un tipo de historietas de seis páginas sobre temas fuertemente sexuales que llamé “Sinfonías Tontas”. La editorial para la que las hacía me empezó a pedir metele más, y me destapé. Y ahora con Pol le damos a lo bestia.
En Argentina, Doedytores publicó uno de los volúmenes de “El Instituto”, con guión de Barreiro, que lleva por título “El Burdel del Dr. Jeckyll”. Basta mirar esas páginas regadas de casi todas las formas posibles del sexo para entender de qué habla Solano cuando dice “me destapé”.
–Sin ser un disoluto tengo relaciones con el sexo opuesto que me permiten afrontar la carga sexual de los temas con naturalidad, sin ser un depravado. En cierta forma esta ambivalencia entre la aventura, el erotismo y la seducción femenina viene a redondear el espectro dentro del que me siento...cómodo.
Después de dos matrimonios formales y cinco hijos (dos varones y tres mujeres), ahora Solano tiene novia. A todas sus mujeres, antes o después, con ropa o sin, las dibujó y las incluyó en sus historietas.
–Yo no sé si se puede decir que me ha ido mal o bien con las mujeres. Yo creo que incluso con las que me ha ido mal me ha ido bien.
En un rato –después de que vaya a la cocina y vuelva con la novedad de que hace cuatro horas que la pava está ardiendo, ya seca, sobre el fuego– va a hablar del miedo. Va a decir que lo único que le da miedo son las sombras.
Las sombras que pasan y se van.
–Hay cosas puestas para asustarnos. Como cuando uno está sentado en el living de su casa, y ve un bulto, una sombra que pasa.
Señala un rincón del departamento. Un rincón cualquiera del departamento.
–Entonces, cuando uno mira, justo lo ve que se va. Nunca sabe qué fue, pero sabe que algo pasó. Esas cosas dan miedo. Están puestas para asustarnos.
El hombre sabe, siempre supo, cómo contar una historia.
La version original de este texto fue publicada en 2002 en el suplemento Cultural del diario El Pais, de Montevideo, Uruguay.
El departamento donde vive Francisco Solano López es pequeño, prestado, precario, suficiente: dos cuartos sin mucha luz en el Abasto. Sobre una silla, frente al sillón que fue de su padre, están los dibujos, bocetos y originales de la nueva saga de una historieta que ya es un clásico de la literatura: El Eternauta, guionada por Héctor Germán Oesterheld y dibujada por él, publicada en la revista Hora Cero Semanal entre 1957 y 1959. La primera página es la viva expresión del Solano más puro: grandes cuadros apaisados, fondo negro, nevada brillante, un hombre se acerca hasta que sus ojos –detrás de la máscara del traje protector– ocupan todo el cuadro. La siguiente imagen es la de una chica rubia, muchas curvas, camisón transparente, que despierta sobresaltada de su pesadilla habitual. “Otra vez ese hombre, esos ojos”, piensa. Es Martita, la hija de Juan Salvo, veinte años después. La historia, llamada “El regreso”, se publica desde 2001 en editorial Eura, en Italia. En la Argentina todavía no tiene editor.
Francisco Solano López es descendiente directo del Francisco Solano López que fue presidente de Paraguay entre 1862 y 1869 y le gusta recordarlo. Cada media hora, se despacha con una enumeración de hechos históricos, un repaso minucioso por el árbol genealógico familiar, el recuento de los mejores desmanes del gobierno argentino de las últimas cuatro décadas. Es capaz de hablar de la guerra de la Triple Alianza como si hubiera sucedido ayer. O mejor: como si todavía estuviera sucediendo. Su familia vivió entre Paraguay y la Argentina por motivos políticos, hasta que recalaron en Buenos Aires. Su padre, Carlos Antonio López Blomberg, se casó con Carmen Fontaine, y de la unión nacieron Solano (moreno y morocho) y una hija mujer (celeste y rubia) (...).
A los ocho vivió la sensación de ser el último de su especie: varón único en una casa de mujeres donde había una abuela docente, una madre empleada municipal, una hermana, dos tías y, sobre todo, varias primas y una mulatita.
–Mis dos primas me gustaban mucho. Y esta mulatita era nieta de la niñera que mi abuela había traído de Paraguay, para mi padre y mi tía. Tenían todas diez años más que yo. No me llevaban el apunte, pero me alimentaron el imaginario. Cuando se murió mi padre, yo me sentí como el enemigo: acorralado, y tuve que aprender a resistir. Uno de los ejercicios de resistencia para adquirir una propia identidad debe haber sido eso.
–¿Eso?
–Eso de querer entrar en el Liceo Militar.
Cuando su padre vivía, los mundos que a Solano le gustaban eran aquellos habitados por tigres furiosos y malayos malísimos y amigos hasta la muerte, y su padre hacía que fueran mundos posibles.
Lo llevaba al zoológico a ver los tigres, al cine a ver Tarzán y lo dejaba hurgar en la biblioteca durante horas hasta que se hartaba de tanto libro sobre la Segunda Guerra. De cada una de esas incursiones, Solano salía glorioso y dibujaba –tigres, tarzanes, soldados– durante semanas. A los 12, sin dibujar y con cuatro años de padre muerto, abrió un folleto del Liceo Militar y vio esto: chicos de uniformes prolijos mirando al frente como si hubiera futuro. Pero vio, sobre todo, un mundo sin puntillas (...).
En 1955, Solano estaba trabajando en la revista Rayo Rojo, dibujando historietas de guerra como Uma Uma, con guiones de Oesterheld. En 1957 tenía 27 años y ya era, para siempre, el dibujante de El Eternauta.
Sobre la cama que hace las veces de sillón, Solano habla de Oesterheld, guionista de historietas como Mort Cinder, Sargento Kirk, Ernie Pike y Bull Rockett y dueño de la editorial Frontera en la que se editaban las revistas mensuales Frontera y Hora Cero. En 1957, Oesterheld sumó una publicación –Hora Cero Semanal– para la que ideó una historieta y le pidió a Solano que la dibujara. La historieta fue El eternauta, la historia de Juan Salvo, un pequeño industrial que vive en un chalé de Vicente López con su mujer y su hija y ve transformarse una partida de truco con amigos en una lucha agónica para sobrevivir a una invasión. La historieta marcó a generaciones pero Solano jura que, durante muchísimos años, no sospechó la dimensión de lo que habían creado.
Solano y Oesterheld no fueron grandes amigos. El asunto era más bien así: Oesterheld contaba la historia, Solano se maravillaba porque, después de todo, estaba cumpliendo el sueño de su vida: dibujando un clásico en pantalla grande.
Hasta que un día de septiembre de 1959, Hora Cero publicó el último capítulo de la historieta. La revista anticipó el final con el siguiente texto: “Sí, amigo lector. En el próximo número termina la más sensacional de las historietas publicadas en la Argentina y, tal vez, en el mundo entero. No se lo pierda. Reserve su ejemplar con tiempo”.
Al cerrar Frontera, muchos perdieron algo tan grave como el trabajo: los originales. Solano no tiene una sola plancha de lo que dibujó durante tres o cuatro años para la editorial. En 1976 un editor llamado Alfredo Scutti pensó que el material de Frontera podía venderse en Italia. Le compró los originales a aquel imprentero y fundó Ediciones Record.
A El Eternauta le dio tratamiento especial. En vez de publicarlo en cuotas, lo hizo en un solo tomo apaisado, de tapas duras. La publicación fue un éxito y Scutti empezó a relamerse con la idea de hacer una segunda parte. En pleno hervidero militar, Solano y Oesterheld se pusieron, a pedido de Scutti, a revolver el mito del héroe. (...)
Solano no tiene uno solo de los originales del primer Eternauta: de editorial Frontera pasaron a manos del imprentero, después a manos de Alfredo Scutti, y de allí a la editorial italiana Lancio, que publicó la historieta en los 70. Hace meses supo, al fin, quién es el dueño de los originales.
Desde mediados de los años 80, y por idea de Ricardo Barreiro, que un día lo alentó a dibujar en El Instituto a una mujer desnuda, descubrió cuánto le gustaba eso de hacer chicas sin ropa. Desde entonces, nunca dejó de publicar historietas que él llama eróticas, pero que son porno brutal.
–Cuando vivía en Brasil, las chicas que andan por la playa son todas tan lindas que eso me sugirió un tipo de historietas de seis páginas sobre temas fuertemente sexuales que llamé “Sinfonías Tontas”. La editorial para la que las hacía me empezó a pedir metele más, y me destapé. Y ahora con Pol le damos a lo bestia.
En Argentina, Doedytores publicó uno de los volúmenes de “El Instituto”, con guión de Barreiro, que lleva por título “El Burdel del Dr. Jeckyll”. Basta mirar esas páginas regadas de casi todas las formas posibles del sexo para entender de qué habla Solano cuando dice “me destapé”.
–Sin ser un disoluto tengo relaciones con el sexo opuesto que me permiten afrontar la carga sexual de los temas con naturalidad, sin ser un depravado. En cierta forma esta ambivalencia entre la aventura, el erotismo y la seducción femenina viene a redondear el espectro dentro del que me siento...cómodo.
Después de dos matrimonios formales y cinco hijos (dos varones y tres mujeres), ahora Solano tiene novia. A todas sus mujeres, antes o después, con ropa o sin, las dibujó y las incluyó en sus historietas.
–Yo no sé si se puede decir que me ha ido mal o bien con las mujeres. Yo creo que incluso con las que me ha ido mal me ha ido bien.
En un rato –después de que vaya a la cocina y vuelva con la novedad de que hace cuatro horas que la pava está ardiendo, ya seca, sobre el fuego– va a hablar del miedo. Va a decir que lo único que le da miedo son las sombras.
Las sombras que pasan y se van.
–Hay cosas puestas para asustarnos. Como cuando uno está sentado en el living de su casa, y ve un bulto, una sombra que pasa.
Señala un rincón del departamento. Un rincón cualquiera del departamento.
–Entonces, cuando uno mira, justo lo ve que se va. Nunca sabe qué fue, pero sabe que algo pasó. Esas cosas dan miedo. Están puestas para asustarnos.
El hombre sabe, siempre supo, cómo contar una historia.
La version original de este texto fue publicada en 2002 en el suplemento Cultural del diario El Pais, de Montevideo, Uruguay.
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